Hoy me quiero detener en la primera: oportunidades
en vez de derechos. Los mismos estudiantes nos perdemos cuando nos referimos a
la igualdad de oportunidades, olvidándonos de la opcionalidad implícita del
término. Es por esto que cuando los señores revolucionarios del gobierno hablan
de educación con igualdad de oportunidades, no se refieren a educación para
todos, sino que educación para “los que quieren”. Obviamente el querer educarse
o no depende mucho de la formación de los padres, el entorno socioeconómico y
la estimulación temprana del individuo, por lo que los pobres “tomarán” menos
oportunidades; ello por falta de capacidad o ganas, pero tomarán menos, y
entonces, el problema del acceso a la educación, les será atribuible a “los
flojos pobres”, puesto que 49% de los chilenos de verdad cree que la pobreza
está estrechamente ligada a la flojera (CEP de dic/2010).
Extrapolemos el “sistema de oportunidades en la
educación” (sistema privado-subvencionado-público) a la salud, el trabajo, la
vivienda, la previsión y el desarrollo cultural y veremos que en realidad, la
elección no es real, por tanto las políticas del gobierno en esas materias, en
tanto no aseguren derechos y designen como responsables a organismos que puedan
realizar de manera efectiva el cambio para su cumplimiento, no estarán
avanzando realmente, sino que creando nichos de mercado para la inversión
privada. Tal como lo hizo fallidamente Pinochet hace 20 años al desmembrar las
empresas del estado, algo en lo que luego la concertación fue exitosa, pues
generó estabilidad política para darle seguridad a esta inversión de recursos.
Esta nueva y “revolucionaria” forma de ver la
administración pública atraerá inversores como moscas y deteriorará la calidad
de vida a niveles alarmantes (peores que ahora). Así como los inversores no
quisieron venir entonces por la inestabilidad política, la única forma de
evitar la “oportunización” de nuestros derechos es generar la suficiente
tensión para que el valor de las acciones ya no influya en nuestras vidas.
Camilo A. García
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