lunes, 17 de octubre de 2011

La dictadura silenciosa parte 1: Oportunidades y Derechos



Que nadie lo niegue: aunque el Ministro Lavín tenga cara de tonto, no es tonto, como tampoco lo es nuestro ignorante presidente. Es por eso que cuando dijo que la dictadura había hecho una revolución silenciosa, ciertamente supo manifestar de forma bastante concisa que el gobierno militar cambió diametralmente la dirección del país desde el ‘73 hasta el ‘87. En menos de 20 años habíamos pasado del “socialismo” allendista al neoliberalismo importado de Chicago. El modelo estaba fresco, se perfeccionó lo más que pudo y en los 10 años siguientes se desarrollaría todavía más: un grupo político anunció el cambio y trajo consigo la confianza y la apatía que les permitió tomar las riendas del nuevo sistema (e incluso profundizarlo y recibir con ello aún más grandes réditos), los jóvenes terminaron por abrazar la apatía y con ello la revolución estuvo completa: un nuevo sistema político, social y económico se había instalado y la gente no lo identificaba, sólo entendía de caras: Pinochet, Manuel Contreras, Mónica Madariaga. Incluso hubo algunos colados que “pasaron piola”: La Democracia Cristiana (otrora golpista), Labbé (antes represor), todos los altos cargos del ejército y la policía se mantienen eventualmente en las mismas familias.

Se necesitó que las generaciones avanzaran y recién el 2006 vimos un avance en la forma de ver el sistema. Al 2011 son los mismos secundarios de entonces los universitarios de ahora; los estudiantes de primaria de entonces, los secundarios de ahora. Pero incluso con esta conciencia renovada hay ciertas cosas que aún no cambian en el resto de la sociedad: en materia de políticas públicas seguimos hablando de oportunidades en vez de derechos, seguimos considerando cuerda y normal a la doctrina de seguridad interior del estado, seguimos teniendo a personeros de la dictadura en el poder y no somos capaces de identificarlos.

Hoy me quiero detener en la primera: oportunidades en vez de derechos. Los mismos estudiantes nos perdemos cuando nos referimos a la igualdad de oportunidades, olvidándonos de la opcionalidad implícita del término. Es por esto que cuando los señores revolucionarios del gobierno hablan de educación con igualdad de oportunidades, no se refieren a educación para todos, sino que educación para “los que quieren”. Obviamente el querer educarse o no depende mucho de la formación de los padres, el entorno socioeconómico y la estimulación temprana del individuo, por lo que los pobres “tomarán” menos oportunidades; ello por falta de capacidad o ganas, pero tomarán menos, y entonces, el problema del acceso a la educación, les será atribuible a “los flojos pobres”, puesto que 49% de los chilenos de verdad cree que la pobreza está estrechamente ligada a la flojera (CEP de dic/2010).
Extrapolemos el “sistema de oportunidades en la educación” (sistema privado-subvencionado-público) a la salud, el trabajo, la vivienda, la previsión y el desarrollo cultural y veremos que en realidad, la elección no es real, por tanto las políticas del gobierno en esas materias, en tanto no aseguren derechos y designen como responsables a organismos que puedan realizar de manera efectiva el cambio para su cumplimiento, no estarán avanzando realmente, sino que creando nichos de mercado para la inversión privada. Tal como lo hizo fallidamente Pinochet hace 20 años al desmembrar las empresas del estado, algo en lo que luego la concertación fue exitosa, pues generó estabilidad política para darle seguridad a esta inversión de recursos.

Esta nueva y “revolucionaria” forma de ver la administración pública atraerá inversores como moscas y deteriorará la calidad de vida a niveles alarmantes (peores que ahora). Así como los inversores no quisieron venir entonces por la inestabilidad política, la única forma de evitar la “oportunización” de nuestros derechos es generar la suficiente tensión para que el valor de las acciones ya no influya en nuestras vidas.
Camilo A. García

viernes, 7 de octubre de 2011

¿hacia dónde va el movimiento estudiantil?

Desde que dejé la vocería de la coordinadora metropolitana y me retiré de las cúpulas del movimiento he estado dando charlas en colegios, algunos no movilizados y otros en toma o paro. No importa el tema de la exposición, siempre la pregunta más recurrente es la misma que yo me he estado haciendo desde mayo ¿hacia dónde ha el movimiento estudiantil? Y lo cierto es que es una pregunta de difícil respuesta.

Gabriel Salazar dice que tenemos condiciones de éxito, pues la memoria colectiva chilena ya tiene suficientes antecedentes para llevar a cabo una revolución propia, acumulando los errores, tragedias y aciertos desde 1965 hasta ahora. Y es cierto, pero el movimiento estudiantil ha sido una seguidilla de sorpresas que hacen difícil una proyección. Por ejemplo, durante las vacaciones de invierno estuve absolutamente seguro de que las tomas no durarían después de agosto, pero los lumazos dados el 4 de agosto fueron realmente una inyección de fuerza al movimiento, que desde entonces vuelve fortalecido después de cada período crítico.

A pesar de tener una masa movilizada relativamente estable, no hay un diálogo directo entre los dirigentes secundarios y sus bases. Cientos de colegios se mantienen autónomos y las organizaciones secundarias no han sabido llegar a ellos, sino todo lo contrario: existe un rechazo a la ACES (principalmente luego de su errático comportamiento este año) y a la COMES (que sienten más ligada al establishment político). En definitiva, esa masa estable movilizada, se mantiene más por la fuerza propia que por una buena gestión de los dirigentes, que más que hacer historia, son las caras visibles de una generación histórica.

Y así como existe esa base fuerte, el gobierno ha mostrado una ineptitud sorprendente, con un abierto doble discurso y un pésimo manejo comunicacional, tal como lo demostraron las amenazas de perder el año escolar, los créditos y las becas. Incluso con ese mal manejo, incluso con el ojo del mundo sobre nosotros y con innumerables ocasiones para aprovechar las debilidades del gobierno, los voceros no han sabido decir, por ejemplo, que en tanto existan declaraciones como las del vocero de gobierno, que desvalorizan y deslegitiman al movimiento, una mesa de diálogo no es válida. No han sabido decir, por ejemplo, que en tanto el presidente defienda el lucro con dientes y uñas, el diálogo no es viable. Por sobre todo, no han sabido decir que en tanto la gran parte de los políticos tengan intereses creados en la educación, ellos no son quienes deben legislar al respecto.

Frente a esta crisis del estado, en la que lo establecido es incapaz de entregar calidad de vida ni asegurar la democracia, lo más lógico sería hacer la reforma FUERA del estado, esperando conducir el movimiento hacia la idea de la asamblea constituyente, movilizando a las fuerzas para que en la deliberación conformen una base constituyente y democrática. En este estado poco representativo y con esta clase política viciada, la solución a los problemas de nuestro país no yace en la vía oficial, sino fuera de ella. Y si bien la idea del plebiscito vinculante sonó fuerte en un momento, es casi como si el señor Larraín hubiera convencido a los estudiantes de que un plebiscito no es democrático, porque en algún momento esa idea desapareció, y fue reemplazada por la mesa de diálogo.

Echando a mano nuestra memoria colectiva, las mesas de diálogo siempre han sido infructuosas, las constituciones chilenas siempre han sido ilegítimas y la clase política siempre ha actuado igual. Es hora de cambiar todo eso, pues incluso si alguien piensa que el problema es sólo la educación, el “modelo político-económico chileno” no es perfectible. No se sostiene con más reformas.

¿Hacia dónde va el movimiento? No lo sé, pero ojalá que tanto las bases como los voceros echen mano a su memoria histórica para entender que los cambios no llegarán por parte del ejecutivo, ni por parte del legislativo ni dentro de las vías “constitucionales”. Vendrán de la mano de una ciudadanía consciente y responsable que los saque del poder y aprenda a gobernar.

Camilo A. García

lunes, 8 de agosto de 2011

El legado innegable del movimiento estudiantil chileno

Eran las 10:30 de la mañana del día 4 de agosto del año 2011 en el Parque Balmaceda, en la comuna de Providencia, entre el metro Salvador y la Plaza Baquedano. Una columna de unos 2500 estudiantes de colegios particulares y particulares subvencionados de las comunas de Ñuñoa y Providencia marchaba hacia el punto de reunión de ese día: la Plaza Italia, unos 800 metros más hacia el poniente. Sin si quiera cortar el tránsito, cruzando la calle con luz verde y con diversas manifestaciones culturales (un grupo de “espartanos por la educación” y una batucada), marchaban a paso firme y alegre hacia lo que se esperaba que fuera otro carnaval por la educación pública. A la altura de Condell un bus de carabineros se detuvo en la calzada y abrió sus puertas: 20 carabineros de las fuerzas especiales, lumas en mano, les bloquearon el paso y pidieron hablar con los dirigentes. No podíamos caminar por el parque, no teníamos derecho a reunirnos y ninguno de los uniformados se identificó cuando un profesor se lo pidió. Yo fui a insistir en lo mismo, sin pensar que el carabinero levantaría el garrote e intentaría golpearme en la cabeza. Los carabineros comenzaron a perseguir estudiantes y de la nada apareció el carro lanza-agua a disolvernos, sin si quiera haber dado un paso al frente.

A las 10:45 de la mañana habían 5 detenidos de esa columna de colegios de clase media alta. Sin embargo, nadie cedió y el grupo que parecía disuelto se trasladó al Metro Salvador, donde les cerraron las puertas y carabineros los persiguieron amablemente por el Puente del Arzobispo hasta las afueras de la clínica Santa María. El enorme grupo de estudiantes ya había sido reducido a unos 500, que también fueron dispersados con gases lacrimógenos que efectivos de carabineros arrojaron por todo el rededor de la clínica. Después de un rato se cortó el tránsito en calle Bellavista y pudimos marchar por ahí. En pio nono se nos indicó que podíamos ir a la alameda, pero era una trampa, porque el “guanaco” nos estaba esperando en el puente, listo para mojar a todo el que se le cruce en su camino. Fuimos disueltos, pero volvimos a marchar unas cuadras antes por Bellavista. El olor a gas lacrimógeno era insoportable.

Desparecí en la casa de una amiga de la familia que vivía cerca y que me ofreció asilo en su casa. En las noticias contaban del estado de sitio en el que se encontraba Santiago, repitiéndose los incidentes que iniciaron carabineros con nosotros en casi todas las vías de acceso a Plaza Italia. Me armé de valor y salí a la calle, encontrándome con una batalla entre manifestantes que insistían en marchar (sin lanzar nada a carabineros) y la policía que lanzaba tantas bombas lacrimógenas como tenía a su alcance. Escapé por el sector de los canales de televisión, la calle Inés Matte Urrejola. En ella había un fuerte olor a gas pimienta. A la altura de TVN carabineros perseguía en moto a un grupo de estudiantes que no ofrecían ningún tipo de resistencia. Finalmente subí el cerro san Cristóbal y salí por Pedro de Valdivia, en donde sí me dejaron tomar el metro.

Esa misma noche los vecinos de Santiago harían barricadas por casi todas las intersecciones importantes, se organizarían asambleas ciudadanas y comenzaría la arremetida del pueblo contra la represión. Los más viejos comparaban la brutalidad policiaca con los tiempos de la dictadura y los más jóvenes peleaban entre la rabia y el desconsuelo. En Ñuñoa, el mismo colegio reprimido, sería uno de los que encabezaría los cacerolazos que tienen en jaque a las fuerzas especiales por cuarto día consecutivo. En la Villa Primavera de Puente Alto, un grupo de vecinos saldría a protestar con sus ollas de forma espontánea. Las barricadas se han repetido, las manifestaciones espontáneas también, incluso en Plaza Italia. El gobierno habla del derecho al orden público (por sobre el derecho al libre tránsito o a la libre reunión), los medios acusan intransigencia y los chilenos, o al menos una parte de ellos, va tomando conciencia de la fuerza y la importancia que puede tener la organización.

El legado innegable del movimiento estudiantil es una lección de democracia, un aprendizaje de valentía y de ciudadanía del que he sido testigo. Sin duda algo que podré contar a mis nietos con orgullo. Los estudiantes lucharemos hasta la victoria, ahora con más fuerza que nunca. Plebiscito, abdicación, reforma o asamblea constituyente, no importa la forma, pero lucharemos hasta el final, porque hemos aprendido de una vez que este país es nuestro, no de ellos.

jueves, 21 de julio de 2011

Decidido: Chile quiere matrimonio de calidad, Patagonia igualitaria y educación sin represas.

Adelantar las vacaciones de invierno es forma evidente de desgastar al movimiento estudiantil ¿de qué otra manera puede defenderse un gobierno que no tiene ni pies ni cabeza? No creo realmente que a Piñera y su séquito les importe demasiado la popularidad que tengan, ni si quiera creo que les importa hacer las cosas medianamente bien: la regla general del mercado es ganancia a cualquier costo. El movimiento estudiantil representa una seria amenaza para los intereses de los políticos (tanto de la concertación como de la coalición por el cambio) que tienen capital invertido en colegios y universidades, por tanto debilitarlo se convierte en el objetivo número 1. Fuera de defender los intereses personales, nadie tiene ninguna otra intención: no hay valores detrás del gobierno, sólo una ideología fría y seca que nos viene acompañando desde las reformas de Pinochet, cimentada por los 20 años de Concertación y rematada (a modo de “golpe final”) por la Derecha. El bien común quedó atrás hace muchos años.

Entonces cómo podemos constituir un gobierno, tanto en el congreso, como en el ejecutivo, hecho de gente tan fría y seca como el neoliberalismo ¿Cómo puede la ciudadanía aceptar una izquierda agonizante, un centro tan centrado que se hunde y una derecha tan cruel que da miedo? La respuesta es sencilla: estamos tan fríos y secos como quienes nos gobiernan. Tampoco el bien común prima en las vidas de los votantes chilenos: los viejos son demasiado conservadores, los adultos se han convertido en derrotistas y los jóvenes nacen apáticos. Por eso también es muy importante para quienes gobiernan que el movimiento estudiantil no tenga éxito: es la prueba de que no todo está perdido. Si hay un lugar en donde el bienestar personal desaparece y deja paso al bien común, a esa cabeza, ese ideal que mueve a las masas y las llama a hacer justicia, es en el movimiento estudiantil (del cual es redundante hacer alguna diferencia entre secundario y universitario).

Somos minoría en la sociedad, lo sé. Como estudiantes movilizados somos una minoría dentro de 17 millones de chilenos; como homosexuales, bisexuales, lesbianas y transexuales también somos una minoría; como ecologistas que entendemos que la protección de la madre tierra es la única opción para el desarrollo de la sociedad, también somos minoría. En Chile las voces de cambio son pocas, pero a pesar de ello se masifican rápidamente y van ganando terreno: hace 5 años sólo el 36% de la población aprobaba el matrimonio y la adopción homosexual, y hoy ya es el 48%; hace 5 años el movimiento estudiantil quería botar una ley, y hoy quiere reconstruir el estado; hace 5 años un gobierno se propuso aprobar decenas de termoeléctricas, y si entonces nadie hizo nada, ahora detuvimos punta de choros y estamos a punto de echar abajo hidroaysén. Los movimientos sociales crecen y están convirtiéndose en un problema: Si el movimiento estudiantil gana aunque sea una batalla, sentará un precedente demasiado peligroso para políticos y empresarios de toda clase.

Aun así ¿qué hacer con el resto? ¿Qué hacer con los 15 millones de chilenos que aún no salen a las calles? ¿Con la aún enorme masa de gente que cree que ser homosexual es comparable con ser pedófilo o que lo considera la peor degradación del ser humano? ¿Qué hacer con aquellos que aún llevan la bandera del progreso a cualquier costo? Pareciera ser que los ideales más preciosos que se hayan levantado en los últimos 5 años no sean suficientes como para cambiar la sociedad, como para orientarla claramente y no permitir que exista esta crisis de representatividad.

¿Qué sociedad queremos? Pocos lo saben y a pocos les interesa. El 60% de Chile cree que el desarrollo económico no lo ha beneficiado, y aun así nadie pide una distribución equitativa de la riqueza. Las familias se desmoronan y mientras más niños abandonados hay, menos queremos que homosexuales sean capaces de adoptar y formar familias sanas. Nuestro país parece estar desorientado y ello en las urnas nos jugará en contra, en la asamblea constituyente nos jugará en contra. No basta el rechazo a un gobierno para derrocarlo, ni reconocer la maldad detrás de un sistema para cambiarlo.

En otra columna dije que la unión de todos los gremios movilizados era la única esperanza de victoria. Ahora me gustaría señalar una cosa: debemos orientar bien a la población respecto de lo que queremos y por qué lo queremos. La masificación de las ideas, sin eslóganes, sólo con la verdad por delante, será decisiva a la hora de decirle a la gente que construya una sociedad más justa. Las minorías unidas debemos avanzar, luchar y por sobre todo, dejar de ser sólo minorías.

Camilo A. García

lunes, 11 de julio de 2011

Algo muy personal

Hablé en frente de 20.000 personas en el acto de la CONFECH el 12 de mayo. En ese entonces yo era vocero de la Federación Metropolitana de Estudiantes Secundarios, de la cual también soy redactor de su estatuto. La FeMES significo para mi proyecto muy personal y su vocería era un honor. Luego de bajarme del escenario mucha gente me miró complacida, me aplaudía y un par de periodistas me interceptaron: un hombre bajo y calvo del diario Las Últimas Noticias y una mujer del diario La tercera. La adrenalina de subirse a ese lugar y dirigirse ante tantas personas me llevó a aceptar que ambos hicieran de mí un “perfil”, que no es otra cosa que preguntarme un montón de cosas personales para convertirme en el “nuevo líder estudiantil 2.0”. Fue una mala decisión. Eventualmente me convertiría en farándula y decidí renunciar al cargo de vocero antes de que ello pasara.

Pero no todo acabó ahí. Una cosa llevó a la otra y me convertí en coordinador, haciéndome conocido en muchos colegios dando charlas y luego como dirigente de la Asamblea de Estudiantes de Colegios Privados. Sin saberlo ya muchas personas conocían mi existencia y tarde o temprano los secretos que nunca me he molestado en ocultar salieron a la luz: un profesor de la UMCE me usó de ejemplo en una clase y mencionó casualmente mi homosexualidad. Un amigo que estaba presente en esa cátedra se alarmó y me llamó para preguntarme si tomaría cartas en el asunto. Y tras mucho pensarlo, dije que no: no quiero saber cómo lo supo, ni quiero desmentirlo. Como dice una canción de Sandra Mihanovich: soy lo que soy.

Desde entonces he estado pensando en mi vida personal ¿estuve en el closet alguna vez? No lo recuerdo ¿quiero formar familia? Sí, me encantaría ¿Estoy en el país correcto, entonces? No lo estoy.

Quiero ser médico. Quiero tener la satisfacción inmediata de hacer un aporte a la gente y a las ciencias, marcar una diferencia entre lo que usualmente se considera un paciente y lo que yo llamo persona. La política, el movimiento secundario, el ecologismo y el movimiento homosexual son añadidos que no me provocan ningún placer, pocas alegrías y demasiados disgustos. No quiero dedicarme a las últimas 3 cosas, pero si no lo hago yo ¿quién? No tengo mi conciencia tranquila viviendo en una sociedad tan injusta, no puedo planear mi futuro en un mundo moribundo y por sobre todo, no puedo dejar que la estupidez se apodere de mi vida y me impida tener la vida que quiero (y estoy decidido a tener).

No puedo ser feliz en un país que me condena por amar. Leí por ahí una columna muy buena sobre los olvidados de siempre, sobre los niños del SENAME. Por mi madre, profesora y fonoaudióloga entre otras cosas, he podido ver muy muy de cerca a esos infantes abandonados a su suerte, que claman cariño e irradian ternura. Es totalmente injusto que se les prive de tener una familia que los quiera sólo por un dogma que sepa quién cuándo se inventó, porque Jesús nunca lo dijo, Dios es un ente abstracto y silencioso, y lo que yo haga con mi ano es cosa mía. No es que diga que todos los gays están genéticamente preparados para adoptar, pero hay de todo al igual que en el mundo heterosexual, y darnos la posibilidad de hacernos cargo de ese déficit de padres responsables no sólo aliviaría la carga del servicio nacional de menores, sino que le daría una vida mejor a muchos niños, niñas, hombres y mujeres.

No puedo trabajar tranquilo, tampoco, en un país en donde aún me pueden despedir impunemente por ser distinto. No existe una ley antidiscriminación, por lo que no puedo ir de la mano con mi pareja por la calle (recuerdo haberlo hecho con un ex, un barbón veinteañero con pinta de metalero. Los carabineros nos amenazaron con llevarnos a la comisaría), no puedo expresar afecto en público y ni hablar de ser figura pública y presentar públicamente también una pareja del mismo sexo.

Seguiré estando en el país equivocado hasta que la discusión sobre el matrimonio homosexual deje de estar centrada en los conflictos patrimoniales y se convierta en un asunto de igualdad ante la ley. El amor que yo profeso (y estoy orgulloso de hacerlo) hacia un hombre no es muy distinto al que le daría a una mujer, y por lo mismo, el matrimonio trasciende a la herencia y se convierte en la aprobación de la nación hacia una unión que no debería causar ninguna extrañeza.

Entre homosexuales, bisexuales y transgéneros tendemos a crear una barrera con el mundo heterosexual, encerrándonos muchas veces en nuestros círculos y nuestros códigos. Por experiencia sé que la terapia de shock es sumamente útil para combatir cualquier tipo de fobias, y entre más pronto entendamos eso, más rápido cambiará la sociedad. No puede haber matrimonio sin ley antidiscriminación, ni una familia puede estar completa hasta poder tener descendencia, es decir, tener adopción igualitaria. Estas tres cosas deben llegar juntas a la sociedad chilena, y nosotros tenemos la misión de hacer ese tratamiento de shock: vivir normalmente, entendiendo que no somos tan distintos ni tan iguales, como tampoco lo son entre heterosexuales, y no temer el besarse en frente de un niño, en frente de una pareja de ancianos o de un grupo de pacos. Debemos aplicarle terapia antifobia a esta sociedad hasta que en las cátedras se deje de mencionar como una curiosidad la homosexualidad del sujeto del que se habla.

sábado, 9 de julio de 2011

La educación: capital para el futuro; el movimiento: un recurso político

La educación ha sido el trending topic (tema más comentado) de las últimas dos semanas en la sociedad chilena. Han sido los estudiantes universitarios y secundarios quienes han tomado los espacios que son legítimamente suyos y desde allí los han rebautizado como bastiones de la educación pública. Las discusiones en asambleas y salas de clase han avanzado hacia diversos puntos: la necesidad de que el estado se haga cargo de la educación, del fin al lucro, la gratuidad de la enseñanza y la democratización de los espacios educativos; pero con el tiempo también dichas discusiones se han topado con dos murallas: la constitución política de la república, incapaz de asegurar los derechos tanto de educación como de libre expresión de los chilenos; y la alianza prensa-gobierno que se ha replegado tras la miopía y ha dicho no ver una crisis en la educación chilena. Ante estas murallas no ha habido otra salida más que reformular la estrategia de batalla: el objetivo ya no es un proyecto de ley, sino una asamblea constituyente, y la coyuntura mediática ha sido reemplazada por un extenso trabajo a nivel comunitario en la que se ha intentado incluir a la ciudadanía dormida en el debate sobre la enseñanza.

Sin embargo, la articulación con otros entes sociales (o entre los mismos estudiantes) ha sido difícil, por no decir imposible. El cambio constitucional requiere una ciudadanía altamente informada, politizada y organizada que tenga muy claro sus ideales, condiciones que no se cumplen de ningún modo. Así como también el trabajo comunitario necesita un cambio en la forma de expresarse, un debate interno extenso y concienzudo y un esfuerzo más que gigante para coordinar todas las fuerzas del movimiento estudiantil hacia el trabajo persona por persona, puerta por puerta, mano a mano y voz a voz. El movimiento estudiantil en las condiciones en las que está ahora es incapaz de generar un movimiento ciudadano, pues sus formas de lucha alejan a los adultos más conservadores y dividen a los jóvenes más radicales, así como también las naturales y entendibles desconfianzas lo obligan a cavar una zanja a su alrededor y blindarse contra todo tipo de influencia externa. Dicha influencia externa es más que necesaria en estos momentos: las ideas deben ser enriquecidas por la experticia de académicos que están dispuestos a entregar su saber en pos del progreso, como también es imprescindible ampliar las redes para actuar como un bloque estudiantil y posteriormente nacional, que permita asestar un golpe definitorio al sistema criticado. Esta red debe estar compuesta por todos los descontentos: así como en España existen Los Indignados, en Chile no hay más que un grupo de estudiantes enojados, con justa razón, pero sólo enojados. Con esa problemática a cuestas, la información llega desde lejos y mal entendida, más enfocada a dirigir un enojo latente por la evidente crisis educacional que se vive día a día, que por generar una real consciencia.

Así es como un pequeño grupo de dirigentes puede llegar a tener el control de muchas personas, creando y proponiendo con la mejor de las intenciones, pero olvidando que en su proceso creativo, más que sugerir y debatir, dirige y ordena. Esa labor de dirección sería efectiva si tuviese algún objetivo concreto, pero parece ser más un auto-convencimiento del éxito que la planificación de una estrategia de guerra. Por ello la tarea de esos dirigentes, que generan los petitorios y analizan críticamente su realidad, se torna un trabajo de autoagitación, dejando de lado el convencimiento, la motivación y despreciando la posibilidad de que las bases tengan sus propias ideas y análisis.

Los factores antes mencionados se conjugan y permiten sacar conclusiones interesantes: la crisis es evidente y es notada por todos, pero el trabajo de autoagitación convierte la agudeza en fundamentalismo, haciendo que lo que es un movimiento admirablemente democrático rechace dentro de sí mismo las posturas divergentes y tienda a subdividirse ante la más mínima perturbación de un discurso que necesita y debe ser cada vez más radical. Cada segmento ya dividido de estudiantes sigue avanzando hacia el mismo punto que cuando estaban antes todos juntos, pero ahora buscando las diferencias que justifiquen la división.
A pesar de todo lo anterior, el movimiento estudiantil genera un capital político importante: una generación completa influenciada por un proceso, aunque mal dirigido, masivo y benévolo. Quizá sin entender por completo lo que significa la educación pública, los jóvenes la están apoyando y quieren construirla, a ciegas, pero hacerlo. Bien se decía hace 2000 años: más vale entregarle al pueblo las herramientas para gobernarse “mal”, que quitárselas y verlos explotar. Nada más democrático que 100.000 estudiantes sintiéndose ciudadanos en las calles, exigiendo el reconocimiento oficial de dicha condición.

A futuro muchos de estos estudiantes probablemente olviden lo que se les dijo en su momento sobre la educación y pasen a engrosar las filas de los derrotistas adultos que, aunque nostálgicos, prefieren seguir su camino lejos de sus ideales originales, acomodándose finalmente en el sistema que otrora criticaban. Cualquier persona que se precie de tener un mínimo de visión sabrá que esos ideales estarán de cualquier forma en esa masa resignada. Así como el movimiento estudiantil necesita una transformación del sistema político (a través del cambio constitucional), necesita también (pero no es consciente de esta segunda necesidad) perpetuarse en el tiempo ocupando el nuevo sistema político. Si se cambia la constitución pero se deja su ejecución en manos de los mismos que estaban antes del cambio, ningún objetivo se logrará. Es inmensamente importante que el movimiento estudiantil se alce como un referente político real, como una alternativa política visible que sepulte de una vez por todas a quienes negociaron la dictadura y le pusieron nombre de democracia, ellos, tanto los de la Concertación como los de la Coalición por el cambio son los culpables más directos de esta situación por no haber cambiado las cosas en su momento. Y por supuesto que la tarea de creación de ese movimiento político debe ser tan grande como la de la creación de un bloque ciudadano por la constitución de una asamblea constituyente: las dos necesidades del movimiento (el cambio en el sistema político y la generación de una alternativa política representativa, transparente y radical) sólo pueden ser cubiertas con la unión de todos los secundarios y de todos los “indignados” chilenos.
Quien no se suba al carro de los movimientos sociales en este momento, sea quien sea, lo lamentará en el futuro: una sociedad descontenta y oprimida es inevitablemente una sociedad inestable. La mala educación y la mano de obra mal calificada son una condena para el futuro, así como seguir invirtiendo en un sistema obsoleto y disfuncional a la larga generará pérdidas, pues la inefectividad del sistema hará que la educación no cumpla su función de generar inteligencia y resolver problemas clave de la sociedad. El desarrollo del país necesita la creación de industrias que generen productos con alto valor agregado y la creación de políticas económicas que protejan el mercado chileno fuera de sus fronteras, y sin una buena educación y un balance en la cantidad de técnicos y profesionales, ello no ocurrirá. Se plantea a la educación como una herramienta de movilidad social, pero es en realidad una herramienta de estabilización y crecimiento social: la investigación en las universidades da un aporte intelectual al país que trabaja; el trabajo exhaustivo con las comunidades escolares disminuye la delincuencia y la violencia; un hombre mejor educado es un hombre que sabrá resolver sus problemas; una sociedad consciente es una sociedad activa y saludable. La educación no debe tener por objetivo que todos lleguen a la universidad, sino que debe hacer que cada ser humano se desarrolle en lo que le gusta y desde ahí mejorar las condiciones de vida de todos.

Apostar por la educación pública, inclusiva y de calidad es apostar por un país socialmente sustentable y desarrollado. Apostar por la educación pública necesita la unidad de la comunidad educativa de todo el país, y su articulación con toda la ciudanía. Sin unidad, no hay cambio; sin cambio, no hay futuro.