Anteriormente ya había dicho que no me gusta vivir
en un país que es incapaz de aceptar que soy un ser capaz de amar. Quizá si lo
acepte, sólo que no quiere o no le gusta o sencillamente es un país de mierda.
Yo mismo me siento un poco parte de esa mierda por usar el caso de Daniel
Zamudio como ejemplo, por manosear el nombre de ese compañero de “gremio” que fue
enterrado con esvásticas grabadas en su cuerpo.
El odio y la intolerancia alcanzaron su punto más alto, no en Daniel, sino en los descerebrados de sus agresores. Los estúpidos nazis chilenos no son nada más que una parte de nuestra idiosincrasia hecha persona. Hay una carta en la puerta de la posta central sobre “nuestra cultura de la burla”. Nuestra cultura promueve muchos tipos de odio y no nos damos cuenta, o no nos interesa, o nos interesa sólo cuando muere alguien. Es una situación incómoda y hay que sacar un discurso progresista para salir de ella. Si hasta Zalaquett ahora apoya a los homosexuales después de todas las redadas que han hecho los nazis en el Parque San Borja o en el Parque Forestal y de las que el municipio ha sido testigo y cómplice.
El odio y la intolerancia alcanzaron su punto más alto, no en Daniel, sino en los descerebrados de sus agresores. Los estúpidos nazis chilenos no son nada más que una parte de nuestra idiosincrasia hecha persona. Hay una carta en la puerta de la posta central sobre “nuestra cultura de la burla”. Nuestra cultura promueve muchos tipos de odio y no nos damos cuenta, o no nos interesa, o nos interesa sólo cuando muere alguien. Es una situación incómoda y hay que sacar un discurso progresista para salir de ella. Si hasta Zalaquett ahora apoya a los homosexuales después de todas las redadas que han hecho los nazis en el Parque San Borja o en el Parque Forestal y de las que el municipio ha sido testigo y cómplice.
El humor sobre los homosexuales es siempre una
exageración de nuestra sexualidad, el término “maricón”, por mucho que el
SERNAM quiera volverlo sinónimo de agresión a la mujer, significa “poco hombre”,
y en el fondo, “homosexual”. Es un termino despectivo difundido cuando, hace no tan poco, ser homosexual era
un crimen. Así como desde pequeños sabemos que “maricón” es algo malo, también
sabemos que tenemos que ser “bien hombrecitos para nuestras cosas” porque las
mujeres son demasiado mujeres para el honor. Y crecemos con la idea de la
unidad nacional y el orden público como objetos últimos de la política.
Somos mucho más fascistas de lo que creemos
ser. No nos permitimos la discrepancia, ni la protesta. No permitimos que
nuestros niños respondan a nuestros retos. No podemos protestar, ni agarrarnos
a trompas con el carabinero que nos agarra a palos. Pedimos sumisión y llamamos
al odio. Llamamos al odio Llamamos al odio Llamamos al odio. Quiero repetirlo
hasta quedar disfonico. En un país que odia los nazis son sólo una consecuencia
lógica. Me da igual si se dicen “neonazis”, “nacional socialistas” (NAZI, en
alemán), “nacionalistas” o miembros del Frente Orden Nacional. Como sea son
enfermos vástagos de una sociedad que los parió para ignorarlos y culparlos de
sus vergüenzas. Y están creciendo en número.
Estoy hastiado con toda esta hipocresía de país
correctito que le achaca la pobreza a la flojera para poder quitarse
responsabilidad. Cuando tapamos nuestra intolerancia con mandatos morales como
“la familia”; cuando hablamos de la santidad de la vida desde la concepción y
nos olvidamos de los vivos una vez que nacen.
Por respeto a Daniel Zamudio lo voy a dejar en
paz, y voy a hablar y cargar con los verdaderos culpables, que somos todos
nosotros.