lunes, 15 de julio de 2013

A mí nadie me enseñó a ser pasivo


Para los que anden perdidos, ser pasivo es ser penetrado analmente durante el sexo entre hombres. Usualmente cuando alguien dice ser homosexual, gay o bisexual, el impacto que genera la noticia es producto de que se nos ha acostumbrado a imaginar inmediatamente al individuo teniendo sexo. Humoristas como Tony Esbelt, varios sketch del Club de la Comedia y otros de su clase presentan una imagen tristemente popularizada del homosexual hipersexuado, que sólo puede pensar en ser penetrado o en conseguir la mayor cantidad de penes posibles, y que ha renunciado al género masculino. Es por esto que en el imaginario de muchas personas el homosexual es una persona que tiene inevitablemente una dicotomía “hombre-mujer” dentro de su existencia, alguien que es sinónimo de sexo y cuya vida amorosa o aspecto emocional se ve completamente opacado por el ejercicio de su sexualidad. 

La imagen del hombre penetrado es violenta: muchos la encuentran asquerosa, supone un hombre que renuncia a su masculinidad para ser accedido como una mujer. Algunos lo hacen siempre, dejan de usar su pene y sienten el placer por el ano-próstata-recto; otros, como yo, lo hacemos ocasionalmente, alternando entre el rol activo y pasivo. Como sea, dentro del mismo mundo homosexual hay bromas en torno al que ejerce el rol pasivo en la relación, y para muchas personas, el penetrador es “más hombre” que el penetrado. Los roles de género se trastocan, pero cuando me penetran yo sigo siendo hombre, sigo teniendo pene ¿Qué nos ha llevado a pensar que un mecanismo de placer que se encuentra naturalmente en los hombres, no debe ser usado, o que es una afrenta al sexo masculino? ¿Qué nos causa tanto horror?

La verdad es que es la mala educación. Todos tenemos ano, todos los hombres tenemos próstata, por tanto todos podemos disfrutar, de una u otra forma, del sexo anal (por razones de espacio no me referiré en esta columna a las mujeres, pero les dedicaré su columna en otro momento). Hoy en Chile la educación sexual es inexistente, el Estado reniega de su deber de educar en el uso y cuidado del cuerpo, por tanto a nadie se le dice que según el Informe Kinsey, el estudio sobre la sexualidad masculina más grande y acabado jamás hecho, muchos más hombres de los que pensamos, pueden verse eróticamente atraídos y estimulados por personas de su mismo sexo, o que el juego anal puede ser parte de rituales sexuales perfectamente heterosexuales. De hecho, todo lo que sabemos sobre sexo no-reproductivo, lo sabemos por el porno, por lo que le pasó al a amigo de un amigo, por las bromas de mal gusto de un comediante, o cualquier otro medio informal (y sesgado, por lo demás). Sexo oral, sexo anal, masturbación, frotación, fetiches y un sinfín de prácticas sexuales que existen y se practican, no tienen cabida en la educación formal por valores morales importados desde la fe, sin sustento lógico o práctico. Ni si quiera la penetración vaginal convencional tiene su explicación responsable. 

Los jóvenes no estamos aprendiendo autocuidado, y la imagen que se tiene actualmente del autocuidado es saber usar un condón, anticonceptivos y tener sexo preferentemente con la persona con la que tenemos una relación afectiva ¿Y el sexo fuera del pololeo? ¿Y si andamos calientes? ¿Y si soy homosexual y quiero que me penetren? A mí nadie me enseñó a ser pasivo, nunca supe que tenía que usar un lubricante especial, que tenía que tener cuidados particulares con mi higiene interna y externa, que el condón es primordial por razones que van más allá del VIH, nadie si quiera me dijo que ser pasivo no tiene nada de malo, y cuando quise intentarlo sentía culpa y dolor. La misma culpa y dolor que sienten las niñas calientes que les dicen putas y las denigran porque no callan su sexualidad, el mismo riesgo que corre cualquier adolescente hoy al experimentar con su cuerpo: no saber usarlo bien, tener prejuicios con su propio deseo. Y usar bien el cuerpo no tiene que ver con que hay cosas que deban o no deban hacerse, sino que para vivir una sexualidad plena, debe hacerse todo lo que se quiera de forma responsable, y así hay partes del cuerpo que por su naturaleza hay que tratar de forma distinta, como el ano, que debe estar dilatado, lubricado artificialmente y bien higienizado antes de practicar el sexo a través de él.

Esta falta de educación sexual a consciencia, sin los artificios del pololeo y la moralidad eclesiástica, es lo que genera una alta tasa de contagio de ITS (infecciones de transmisión sexual), lo que genera embarazo adolescente, lo que genera traumas relacionados con el sexo y el deseo, lo que genera el desborde sexual de los jóvenes que buscan como sea un escape para su bullente sexualidad reprimida por el silencio y las malas enseñanzas. Nos urge ahora una educación sexual laica, objetiva, pluralista, inclusiva y de calidad para todos.

viernes, 12 de julio de 2013

Preparándonos para la guerra moderna

No hace mucho Edward Snowden nos ha regalado su vida y junto con ella, miles de documentos que fue acumulando en su tiempo trabajando para los organismos de inteligencia de EEUU. En ellos se manifiesta que la NSA (Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos) tiene acceso a los datos (nuestros datos) de prácticamente todas las grandes compañías de internet, que hace escuchas telefónicas secretas a todos los clientes de un proveedor de telefonía con millones de usuarios y que ha utilizado leyes secretas y aprobadas en tiempos de la guerra en Irak para vulnerar el derecho a la privacidad e inmiscuirse en las vidas de los ciudadanos, no sólo de EEUU, sino también del mundo. Los gobiernos alrededor del globo han tenido una respuesta, a lo menos, floja, en relación a que los datos de ciudadanos de los 5 continentes están siendo examinados por la potencia norteamericana. Esto demuestra que, o los gobiernos están al tanto, o tienen programas similares (véase a Francia y lo que se reveló de sus programas de espionaje), o la impunidad de Estados Unidos es tan grande que nadie cuestiona que se inmiscuya en los asuntos de ciudadanos que no le corresponden.
Hace mucho tiempo, en el siglo XIX, durante el gobierno de Abraham Lincoln y la guerra de secesión existió una medida similar: todas las comunicaciones telegráficas de EEUU se redirigieron al departamento de seguridad del gobierno y desde allí se orquestó la censura de medios, la detención de personas y se obtuvo información sensible que permitió terminar con la guerra. Eventualmente, el espionaje se hizo innecesario y dejaron de prestarle atención a lo que la gente se telegrafiaba. Hoy, tal como hace más de 100 años, en EEUU arguyen que es la guerra (hoy “contra el terrorismo y el narcotráfico”) lo que los motiva a generar este tipo de programas y que éstos han salvado vidas y evitado incidentes graves. El problema es que la guerra de secesión tuvo victoriosos y tuvo un final ¿Cuándo se acaba la guerra contra el terrorismo? ¿Existe realmente una guerra contra el narcotráfico?
Independientemente del negocio político, económico, social, cultural que significan las drogas para el poder, ambas son guerras inventadas ¿Realmente existen terroristas? No es que los iraquíes, afganos y demás ciudadanos de países musulmanes odien a EEUU sólo porque tienen un mejor nivel de vida, o porque sean “razas” sedientas de sangre. EEUU lleva tiempo interviniendo política y económicamente su territorio, saqueando sus riquezas e instaurando regímenes totalitarios (historia conocida para nosotros en Latinoamérica). No es como para tenerles cariño y esperarlos con té y pan caliente. La guerra contra el terrorismo es funcional a los intereses económicos de EEUU y sus aliados, como también es una excusa para vulnerar derechos dentro de sus propias fronteras, una forma de control político. Por tanto, en este caso, la guerra durará tanto como sea útil obtener petróleo y minerales desde medio oriente, y tanto como les sea útil para justificar el presupuesto y facultades excesivos de las agencias de seguridad; es decir, indefinidamente.
Pero EEUU no es el único que se inventa y hace guerras para mantener su maquinaria de inteligencia funcionando. Chile también lo hace. No tenemos terroristas, pero tenemos delincuentes. La “seguridad ciudadana” viene siendo tema en las elecciones y los noticieros desde hace muchísimo tiempo. La guerra contra la delincuencia es otra guerra sin un enemigo fijo, sin un final visible. Si la delincuencia se derrota eliminando las desigualdades educativas, económicas y sociales que la sustentan, ¿por qué llenarnos de carabineros? ¿Por qué darle tanta ínfula a la PDI? Porque son organismos funcionales al control que El Poder quiere ejercer sobre los ciudadanos.
Hoy no es práctico sacar a los militares a la calle, sus trajes de camuflaje llaman demasiado la atención, pero los gobiernos de la concertación (especialmente Bachelet) y ahora el de Piñera no tuvieron ni tienen problema alguno para enviar a carabineros con armamento de guerra a atormentar a los Mapuches.  En las poblaciones hay carabineros con escopetas y metralletas custodiando ferias libres y esquinas, sin que la tasa de consumo de drogas y delitos violentos haya bajado en proporción al número de efectivos con armamento pesado, porque éstos cumplen una función política: hacer saber que existe un poder fáctico permanente.
Los encapuchados en marchas son otro negociado en términos de seguridad para el gobierno. Hay más de una historia circulando por ahí sobre encapuchados que llegan a las marchas en buses de la policía. Organizaciones de DDHH como los Observadores de Casa Memoria José Domingo Cañas han constatado que las tácticas de carabineros están orientadas a reprimir, marcar, torturar y horrorizar a los manifestantes, no a los encapuchados ¿Cómo si no se puede asustar a una generación que no vivió las calamidades de la dictadura si no es enmascarando la represión como una forma de combatir gente antisocial?

Eso sí, hay que agradecerle a Snowden por mostrar al mundo lo que se hace en EEUU, porque en Chile los archivos de la DINA y la CNI siguen en manos del ejército y la Agencia Nacional de Inteligencia, cuyas prácticas y objetivos también desconocemos. La ciudadanía no se lo cuestiona, y si se llegara a saber algo de las proporciones de lo que existe en EEUU, no duden que se justificará con una “guerra contra algo”. El terrorismo, el narcotráfico, la delincuencia, los encapuchados no son el problema, el problema son las guerras del siglo XXI.