La educación ha sido el trending topic (tema más comentado) de las últimas dos semanas en la sociedad chilena. Han sido los estudiantes universitarios y secundarios quienes han tomado los espacios que son legítimamente suyos y desde allí los han rebautizado como bastiones de la educación pública. Las discusiones en asambleas y salas de clase han avanzado hacia diversos puntos: la necesidad de que el estado se haga cargo de la educación, del fin al lucro, la gratuidad de la enseñanza y la democratización de los espacios educativos; pero con el tiempo también dichas discusiones se han topado con dos murallas: la constitución política de la república, incapaz de asegurar los derechos tanto de educación como de libre expresión de los chilenos; y la alianza prensa-gobierno que se ha replegado tras la miopía y ha dicho no ver una crisis en la educación chilena. Ante estas murallas no ha habido otra salida más que reformular la estrategia de batalla: el objetivo ya no es un proyecto de ley, sino una asamblea constituyente, y la coyuntura mediática ha sido reemplazada por un extenso trabajo a nivel comunitario en la que se ha intentado incluir a la ciudadanía dormida en el debate sobre la enseñanza.
Sin embargo, la articulación con otros entes sociales (o entre los mismos estudiantes) ha sido difícil, por no decir imposible. El cambio constitucional requiere una ciudadanía altamente informada, politizada y organizada que tenga muy claro sus ideales, condiciones que no se cumplen de ningún modo. Así como también el trabajo comunitario necesita un cambio en la forma de expresarse, un debate interno extenso y concienzudo y un esfuerzo más que gigante para coordinar todas las fuerzas del movimiento estudiantil hacia el trabajo persona por persona, puerta por puerta, mano a mano y voz a voz. El movimiento estudiantil en las condiciones en las que está ahora es incapaz de generar un movimiento ciudadano, pues sus formas de lucha alejan a los adultos más conservadores y dividen a los jóvenes más radicales, así como también las naturales y entendibles desconfianzas lo obligan a cavar una zanja a su alrededor y blindarse contra todo tipo de influencia externa. Dicha influencia externa es más que necesaria en estos momentos: las ideas deben ser enriquecidas por la experticia de académicos que están dispuestos a entregar su saber en pos del progreso, como también es imprescindible ampliar las redes para actuar como un bloque estudiantil y posteriormente nacional, que permita asestar un golpe definitorio al sistema criticado. Esta red debe estar compuesta por todos los descontentos: así como en España existen Los Indignados, en Chile no hay más que un grupo de estudiantes enojados, con justa razón, pero sólo enojados. Con esa problemática a cuestas, la información llega desde lejos y mal entendida, más enfocada a dirigir un enojo latente por la evidente crisis educacional que se vive día a día, que por generar una real consciencia.
Así es como un pequeño grupo de dirigentes puede llegar a tener el control de muchas personas, creando y proponiendo con la mejor de las intenciones, pero olvidando que en su proceso creativo, más que sugerir y debatir, dirige y ordena. Esa labor de dirección sería efectiva si tuviese algún objetivo concreto, pero parece ser más un auto-convencimiento del éxito que la planificación de una estrategia de guerra. Por ello la tarea de esos dirigentes, que generan los petitorios y analizan críticamente su realidad, se torna un trabajo de autoagitación, dejando de lado el convencimiento, la motivación y despreciando la posibilidad de que las bases tengan sus propias ideas y análisis.
Los factores antes mencionados se conjugan y permiten sacar conclusiones interesantes: la crisis es evidente y es notada por todos, pero el trabajo de autoagitación convierte la agudeza en fundamentalismo, haciendo que lo que es un movimiento admirablemente democrático rechace dentro de sí mismo las posturas divergentes y tienda a subdividirse ante la más mínima perturbación de un discurso que necesita y debe ser cada vez más radical. Cada segmento ya dividido de estudiantes sigue avanzando hacia el mismo punto que cuando estaban antes todos juntos, pero ahora buscando las diferencias que justifiquen la división.
A pesar de todo lo anterior, el movimiento estudiantil genera un capital político importante: una generación completa influenciada por un proceso, aunque mal dirigido, masivo y benévolo. Quizá sin entender por completo lo que significa la educación pública, los jóvenes la están apoyando y quieren construirla, a ciegas, pero hacerlo. Bien se decía hace 2000 años: más vale entregarle al pueblo las herramientas para gobernarse “mal”, que quitárselas y verlos explotar. Nada más democrático que 100.000 estudiantes sintiéndose ciudadanos en las calles, exigiendo el reconocimiento oficial de dicha condición.
A futuro muchos de estos estudiantes probablemente olviden lo que se les dijo en su momento sobre la educación y pasen a engrosar las filas de los derrotistas adultos que, aunque nostálgicos, prefieren seguir su camino lejos de sus ideales originales, acomodándose finalmente en el sistema que otrora criticaban. Cualquier persona que se precie de tener un mínimo de visión sabrá que esos ideales estarán de cualquier forma en esa masa resignada. Así como el movimiento estudiantil necesita una transformación del sistema político (a través del cambio constitucional), necesita también (pero no es consciente de esta segunda necesidad) perpetuarse en el tiempo ocupando el nuevo sistema político. Si se cambia la constitución pero se deja su ejecución en manos de los mismos que estaban antes del cambio, ningún objetivo se logrará. Es inmensamente importante que el movimiento estudiantil se alce como un referente político real, como una alternativa política visible que sepulte de una vez por todas a quienes negociaron la dictadura y le pusieron nombre de democracia, ellos, tanto los de la Concertación como los de la Coalición por el cambio son los culpables más directos de esta situación por no haber cambiado las cosas en su momento. Y por supuesto que la tarea de creación de ese movimiento político debe ser tan grande como la de la creación de un bloque ciudadano por la constitución de una asamblea constituyente: las dos necesidades del movimiento (el cambio en el sistema político y la generación de una alternativa política representativa, transparente y radical) sólo pueden ser cubiertas con la unión de todos los secundarios y de todos los “indignados” chilenos.
Quien no se suba al carro de los movimientos sociales en este momento, sea quien sea, lo lamentará en el futuro: una sociedad descontenta y oprimida es inevitablemente una sociedad inestable. La mala educación y la mano de obra mal calificada son una condena para el futuro, así como seguir invirtiendo en un sistema obsoleto y disfuncional a la larga generará pérdidas, pues la inefectividad del sistema hará que la educación no cumpla su función de generar inteligencia y resolver problemas clave de la sociedad. El desarrollo del país necesita la creación de industrias que generen productos con alto valor agregado y la creación de políticas económicas que protejan el mercado chileno fuera de sus fronteras, y sin una buena educación y un balance en la cantidad de técnicos y profesionales, ello no ocurrirá. Se plantea a la educación como una herramienta de movilidad social, pero es en realidad una herramienta de estabilización y crecimiento social: la investigación en las universidades da un aporte intelectual al país que trabaja; el trabajo exhaustivo con las comunidades escolares disminuye la delincuencia y la violencia; un hombre mejor educado es un hombre que sabrá resolver sus problemas; una sociedad consciente es una sociedad activa y saludable. La educación no debe tener por objetivo que todos lleguen a la universidad, sino que debe hacer que cada ser humano se desarrolle en lo que le gusta y desde ahí mejorar las condiciones de vida de todos.
Apostar por la educación pública, inclusiva y de calidad es apostar por un país socialmente sustentable y desarrollado. Apostar por la educación pública necesita la unidad de la comunidad educativa de todo el país, y su articulación con toda la ciudanía. Sin unidad, no hay cambio; sin cambio, no hay futuro.