miércoles, 26 de junio de 2013

Sobre tomas y democracia

Se acercan las primarias y algunos colegios están tomados. Horror. Los valores de la democracia se han perdido y los estudiantes no respetan la institucionalidad republicana. Los medios discuten y le preguntan a cuanta figura pública encuentran asociada a la política sobre si deben desalojarse los colegios. El SERVEL desde las sombras amenaza con enviar a las fuerzas armadas, las históricas “garantes” del sistema estatal. Entonces muchos pensamos en que los estudiantes no son un enemigo y los militares están para combatir enemigos ¿hay un enemigo interno? Otros, muchos otros, dicen que sí, que ya es suficiente, que tienen que irse a clases, que hay que castigarlos y que los militares en los colegios van a abrir paso a la “verdadera” forma de hacer cambios; las elecciones.
Si bien yo pertenezco a un movimiento con mucha vocación de poder (Revolución Democrática), lo primero que tengo que reconocer en el escepticismo de los estudiantes, y lo que le resta peso a las elecciones como argumento para desocupar los colegios, es que el sistema electoral no cambia nada en la práctica. Hasta ahora en los debates televisados hemos visto nula diferenciación entre los candidatos de la alianza, que a su vez no se distancian en nada del actual gobierno; mientras que en la concertación, si bien ahora se llaman a sí mismos “nueva mayoría”, mantienen el discurso y las propuestas (con matices hacia la centro-izquierda con Gómez y hacia la derecha con Velasco) de una vieja minoría que ya estuvo 20 años en el poder, y que frente a los estudiantes se han deslegitimado tras desoír sus demandas y consolidar un modelo que aún hoy son reticentes a cambiar. La elección para esta nueva generación, y particularmente para los estudiantes movilizados, es entre dos grupos que sólo se diferencian en temas valórico-eclesiásticos. Ello le quita validez a las primarias, pues los bandos que participan de ellas no son lo suficientemente heterogéneos como para dar la idea de efectividad del voto, así como también, si miramos a los parlamentarios que muchas veces acompañan a los candidatos de primarias, recordamos también que el binominal mantiene al congreso (y al modelo) igual de estáticos que las primarias.
Cómo se espera entonces que los estudiantes que han nacido bajo el alero de la Concertación y su eterna y superficial batalla con la Alianza, valoren la democracia como aquellos que vivieron la dictadura, si para ellos el sistema democrático no ha mejorado en nada su calidad de vida, sino que ha perpetuado las desigualdades que existen en la sociedad. Actualmente la única manifestación democrática a la que se hace referencia para defender el “modelo democrático chileno” es el plebiscito que acabó con la dictadura, a pesar de que en democracia heredamos sus mecanismos represivos y la estructura de las FFAA y de orden se ha mantenido en las mismas condiciones.
Esto me lleva al segundo punto: ¿Deben ser las Fuerzas Armadas los vigilantes del proceso eleccionario? ¿Si la sociedad civil, o una parte de ella ocupan un espacio destinado a las elecciones, debe enviarse a las FFAA en vez de buscar otro local? A veces uno no se cuestiona ciertas cosas que parecen casi naturales, pero en lo personal creo que el que hayan militares “defendiendo” la democracia me parece un resabio muy duro de un sistema marcial que no quiere irse de nuestro país. El sólo hecho de plantear el desalojo por la vía militar es considerar a los estudiantes movilizados como un enemigo a combatir. En lo personal no creo que Chile tenga enemigos que combatir, ni creo que existan, ni aquí ni en ninguna parte, enemigos internos de un Estado. Obviamente, lo que nuestros militares y carabineros siguen aprendiendo desde EEUU y su base en Concón es todo lo contrario.
Incluso dejando a las FFAA de lado, a los militares vestidos de camuflaje verde que tanto se nos viene a la mente, en este momento, las FFEE de Carabineros son un ente militar de choque entre el Estado y la sociedad civil, son un ejército interno que ha sido usado para maltratar y torturar no sólo a estudiantes, sino también trabajadores y secundarios. Justo por estos días Observadores de DDHH hace una muestra sobre lo que se ha constatado en torturas desde Fuerzas Especiales de Carabineros hacia estudiantes.

Realmente como país tenemos poco y nada que rescatar de nuestra democracia más que su simbolismo. El mismo simbolismo de la democracia que los estudiantes son incapaces de comprender porque se los priva de educación cívica cuando están en la escuela. Un país en donde las instituciones son inamovibles, en donde las elecciones no cambian nada, en donde el Congreso está atado de manos y en donde las instituciones represoras y la lógica de la fuerza armada contra el pueblo sigue imperando en el qué hacer estatal, es imposible pedirle a los estudiantes que desocupen su lugar de estudio, que sienten les pertenece mucho más que un sistema que no les da cabida ni solución a sus problemas.

Carta Abierta a Carolina Tohá sobre las tomas de colegios

“Las tomas de colegios no suman a la causa educacional”. (Carolina Tohá, alcaldesa de Santiago)
Señora alcaldesa,
En efecto, doña Carolina, las tomas de colegios no “suman” a la causa educacional.
Las tomas de colegios son una muestra de descontento, de soberanía y una forma de incomodar para obtener un fin. Originalmente, al menos durante el año 2006 y 2008, soñábamos que a través de las tomas podíamos presionar económicamente al sostenedor del colegio para que intercediera por nosotros ante las autoridades. Cortar los recursos de la asistencia mientras aún hay cuentas y salarios que pagar parecía una buena forma de sumar –forzosamente- a los reticentes y acomodados alcaldes y alcaldesas a la lucha por la educación pública. No fue, ni ha sido así hasta ahora.
Sin embargo, en ese espacio sin autoridades, donde nosotros teníamos que organizarnos para poder subsistir, administrar el ingreso y salida de recursos, racionar los alimentos, cocinar y limpiar, distribuir labores igualmente importantes como lo son la vigilancia contra ladrones y desalojos, el aseo y orden diario de las salas, la posibilidad de realizar actos culturales donde y cuando queramos, y el desenfreno hormonal y sexual nos dieron un sentido de comunidad que nunca ningún sistema educativo iba a poder darnos. Con eso nació también la idea de autoformarnos. No teníamos profesores ni asignaturas, pero podíamos elegir qué, cuándo y cómo aprender, así que empezamos a organizarnos para hacer desde preuniversitarios hasta clases de educación sexual. Todo lo que teníamos y queríamos tener en la escuela intentábamos tenerlo (precariamente) a través de la toma, y a veces funcionaba. Siempre, cada día, aprendíamos, reíamos, vivíamos y sufríamos la Toma.
Por supuesto, también está lo malo. La toma es un espacio violento, no toma consensos ni transa en nada. La toma es precisamente eso, la toma total del espacio y el poder en un recinto, la transformación de los ordenados en ordenadores y la formación de una burbuja anárquica (y no por ello desorganizada) dentro del inmueble. Es romper con la autoridad establecida y con la voluntad de, a veces, muchos otros que quieren seguir estudiando el currículum, que no les interesa la causa y que se sienten incómodos, o les da flojera participar en ese espacio. La toma significa arriesgar el mobiliario de los establecimientos, muchas veces roto y maltratado, significa que se rompen vidrios, que a veces se roban cosas, que se genera tensión entre los profesores y apoderados (usualmente reaccionarios) y los estudiantes, y que la dirección, sea cual sea, tiene que mantener una postura alejada, de reproche, y casi siempre de castigo frente a la toma. Este lado oscuro nos problematizaba, nos planteaba continuamente la necesidad de justificar la toma: es una lucha nacional, es por la educación de todos, es un espacio liberado, es necesario. Fueron muchas las consignas que usamos, y también sabíamos que muchos votaban por la toma para poder dejar de ir a clases, y luego confiaban en sus padres y en el sistema para volver a ir a clases, para que otros lucharan contra sus compañeros por ello. Después de la toma todo era distinto. La transgresión era demasiado fuerte, se generaban enemistades entre estamentos y a veces entre los estudiantes. El balance de la autoridad era siempre macabramente negativo y las consecuencias psicológicas y reglamentarias también.
¿Qué es entonces la toma? Para mí es un espacio roto, es las normas de un lugar absolutamente desechadas y reconstruidas nuevamente por la fuerza, y con una lógica distinta. La toma es la excusa de la flojera de algunos, pero también es la liberación de otros (quizás menos, pero unos válidos otros) que tienen ansias de construir, y que dentro de la toma construyen. La toma nos enseña a mirarnos a las caras y a dividirnos las tareas porque estamos construyendo algo, es un idealismo puro, reducido a un pequeño grupo de personas que aún sueñan. No estoy diciendo que la toma contribuya objetivamente hablando a la lucha por una mejor educación, pero la toma me enseñó a mí al menos muchas cosas que hoy son parte de mi discurso y que me han ayudado a crecer como persona y a madurar. La toma no es la forma de plantear un problema, pero llama la atención; la toma no es la forma de resolver un conflicto, pero a veces es la única forma de deliberar libremente, de construir libremente, de generar alternativas a la realidad que tienen los estudiantes; la toma no es un espacio de todos, pero es la única forma que queda en la que los estudiantes pueden sentir que tienen real control sobre sus vidas, sobre su espacio de educación; la toma no es familiar, pero algunos estudiantes necesitan alejarse de sus familias y encontrar una nueva, breve, efímera, en sus congéneres; la toma no es “democrática”, pero a través de ella yo aprendí lo importante que es la democracia en una sociedad de pares.
Es cierto, alcaldesa, las tomas no “suman” a la causa educacional; suman a la educación cívica, social, cultural y académica de los estudiantes, y son una de las últimas muestras de soberanía estudiantil que queda, y espero que las comprenda.
Gracias por tomarse la molestia de leer esta carta.
Atentamente,
Camilo A. García
Ex estudiante del Liceo de Aplicación