lunes, 8 de agosto de 2011

El legado innegable del movimiento estudiantil chileno

Eran las 10:30 de la mañana del día 4 de agosto del año 2011 en el Parque Balmaceda, en la comuna de Providencia, entre el metro Salvador y la Plaza Baquedano. Una columna de unos 2500 estudiantes de colegios particulares y particulares subvencionados de las comunas de Ñuñoa y Providencia marchaba hacia el punto de reunión de ese día: la Plaza Italia, unos 800 metros más hacia el poniente. Sin si quiera cortar el tránsito, cruzando la calle con luz verde y con diversas manifestaciones culturales (un grupo de “espartanos por la educación” y una batucada), marchaban a paso firme y alegre hacia lo que se esperaba que fuera otro carnaval por la educación pública. A la altura de Condell un bus de carabineros se detuvo en la calzada y abrió sus puertas: 20 carabineros de las fuerzas especiales, lumas en mano, les bloquearon el paso y pidieron hablar con los dirigentes. No podíamos caminar por el parque, no teníamos derecho a reunirnos y ninguno de los uniformados se identificó cuando un profesor se lo pidió. Yo fui a insistir en lo mismo, sin pensar que el carabinero levantaría el garrote e intentaría golpearme en la cabeza. Los carabineros comenzaron a perseguir estudiantes y de la nada apareció el carro lanza-agua a disolvernos, sin si quiera haber dado un paso al frente.

A las 10:45 de la mañana habían 5 detenidos de esa columna de colegios de clase media alta. Sin embargo, nadie cedió y el grupo que parecía disuelto se trasladó al Metro Salvador, donde les cerraron las puertas y carabineros los persiguieron amablemente por el Puente del Arzobispo hasta las afueras de la clínica Santa María. El enorme grupo de estudiantes ya había sido reducido a unos 500, que también fueron dispersados con gases lacrimógenos que efectivos de carabineros arrojaron por todo el rededor de la clínica. Después de un rato se cortó el tránsito en calle Bellavista y pudimos marchar por ahí. En pio nono se nos indicó que podíamos ir a la alameda, pero era una trampa, porque el “guanaco” nos estaba esperando en el puente, listo para mojar a todo el que se le cruce en su camino. Fuimos disueltos, pero volvimos a marchar unas cuadras antes por Bellavista. El olor a gas lacrimógeno era insoportable.

Desparecí en la casa de una amiga de la familia que vivía cerca y que me ofreció asilo en su casa. En las noticias contaban del estado de sitio en el que se encontraba Santiago, repitiéndose los incidentes que iniciaron carabineros con nosotros en casi todas las vías de acceso a Plaza Italia. Me armé de valor y salí a la calle, encontrándome con una batalla entre manifestantes que insistían en marchar (sin lanzar nada a carabineros) y la policía que lanzaba tantas bombas lacrimógenas como tenía a su alcance. Escapé por el sector de los canales de televisión, la calle Inés Matte Urrejola. En ella había un fuerte olor a gas pimienta. A la altura de TVN carabineros perseguía en moto a un grupo de estudiantes que no ofrecían ningún tipo de resistencia. Finalmente subí el cerro san Cristóbal y salí por Pedro de Valdivia, en donde sí me dejaron tomar el metro.

Esa misma noche los vecinos de Santiago harían barricadas por casi todas las intersecciones importantes, se organizarían asambleas ciudadanas y comenzaría la arremetida del pueblo contra la represión. Los más viejos comparaban la brutalidad policiaca con los tiempos de la dictadura y los más jóvenes peleaban entre la rabia y el desconsuelo. En Ñuñoa, el mismo colegio reprimido, sería uno de los que encabezaría los cacerolazos que tienen en jaque a las fuerzas especiales por cuarto día consecutivo. En la Villa Primavera de Puente Alto, un grupo de vecinos saldría a protestar con sus ollas de forma espontánea. Las barricadas se han repetido, las manifestaciones espontáneas también, incluso en Plaza Italia. El gobierno habla del derecho al orden público (por sobre el derecho al libre tránsito o a la libre reunión), los medios acusan intransigencia y los chilenos, o al menos una parte de ellos, va tomando conciencia de la fuerza y la importancia que puede tener la organización.

El legado innegable del movimiento estudiantil es una lección de democracia, un aprendizaje de valentía y de ciudadanía del que he sido testigo. Sin duda algo que podré contar a mis nietos con orgullo. Los estudiantes lucharemos hasta la victoria, ahora con más fuerza que nunca. Plebiscito, abdicación, reforma o asamblea constituyente, no importa la forma, pero lucharemos hasta el final, porque hemos aprendido de una vez que este país es nuestro, no de ellos.