lunes, 17 de octubre de 2011

La dictadura silenciosa parte 1: Oportunidades y Derechos



Que nadie lo niegue: aunque el Ministro Lavín tenga cara de tonto, no es tonto, como tampoco lo es nuestro ignorante presidente. Es por eso que cuando dijo que la dictadura había hecho una revolución silenciosa, ciertamente supo manifestar de forma bastante concisa que el gobierno militar cambió diametralmente la dirección del país desde el ‘73 hasta el ‘87. En menos de 20 años habíamos pasado del “socialismo” allendista al neoliberalismo importado de Chicago. El modelo estaba fresco, se perfeccionó lo más que pudo y en los 10 años siguientes se desarrollaría todavía más: un grupo político anunció el cambio y trajo consigo la confianza y la apatía que les permitió tomar las riendas del nuevo sistema (e incluso profundizarlo y recibir con ello aún más grandes réditos), los jóvenes terminaron por abrazar la apatía y con ello la revolución estuvo completa: un nuevo sistema político, social y económico se había instalado y la gente no lo identificaba, sólo entendía de caras: Pinochet, Manuel Contreras, Mónica Madariaga. Incluso hubo algunos colados que “pasaron piola”: La Democracia Cristiana (otrora golpista), Labbé (antes represor), todos los altos cargos del ejército y la policía se mantienen eventualmente en las mismas familias.

Se necesitó que las generaciones avanzaran y recién el 2006 vimos un avance en la forma de ver el sistema. Al 2011 son los mismos secundarios de entonces los universitarios de ahora; los estudiantes de primaria de entonces, los secundarios de ahora. Pero incluso con esta conciencia renovada hay ciertas cosas que aún no cambian en el resto de la sociedad: en materia de políticas públicas seguimos hablando de oportunidades en vez de derechos, seguimos considerando cuerda y normal a la doctrina de seguridad interior del estado, seguimos teniendo a personeros de la dictadura en el poder y no somos capaces de identificarlos.

Hoy me quiero detener en la primera: oportunidades en vez de derechos. Los mismos estudiantes nos perdemos cuando nos referimos a la igualdad de oportunidades, olvidándonos de la opcionalidad implícita del término. Es por esto que cuando los señores revolucionarios del gobierno hablan de educación con igualdad de oportunidades, no se refieren a educación para todos, sino que educación para “los que quieren”. Obviamente el querer educarse o no depende mucho de la formación de los padres, el entorno socioeconómico y la estimulación temprana del individuo, por lo que los pobres “tomarán” menos oportunidades; ello por falta de capacidad o ganas, pero tomarán menos, y entonces, el problema del acceso a la educación, les será atribuible a “los flojos pobres”, puesto que 49% de los chilenos de verdad cree que la pobreza está estrechamente ligada a la flojera (CEP de dic/2010).
Extrapolemos el “sistema de oportunidades en la educación” (sistema privado-subvencionado-público) a la salud, el trabajo, la vivienda, la previsión y el desarrollo cultural y veremos que en realidad, la elección no es real, por tanto las políticas del gobierno en esas materias, en tanto no aseguren derechos y designen como responsables a organismos que puedan realizar de manera efectiva el cambio para su cumplimiento, no estarán avanzando realmente, sino que creando nichos de mercado para la inversión privada. Tal como lo hizo fallidamente Pinochet hace 20 años al desmembrar las empresas del estado, algo en lo que luego la concertación fue exitosa, pues generó estabilidad política para darle seguridad a esta inversión de recursos.

Esta nueva y “revolucionaria” forma de ver la administración pública atraerá inversores como moscas y deteriorará la calidad de vida a niveles alarmantes (peores que ahora). Así como los inversores no quisieron venir entonces por la inestabilidad política, la única forma de evitar la “oportunización” de nuestros derechos es generar la suficiente tensión para que el valor de las acciones ya no influya en nuestras vidas.
Camilo A. García

viernes, 7 de octubre de 2011

¿hacia dónde va el movimiento estudiantil?

Desde que dejé la vocería de la coordinadora metropolitana y me retiré de las cúpulas del movimiento he estado dando charlas en colegios, algunos no movilizados y otros en toma o paro. No importa el tema de la exposición, siempre la pregunta más recurrente es la misma que yo me he estado haciendo desde mayo ¿hacia dónde ha el movimiento estudiantil? Y lo cierto es que es una pregunta de difícil respuesta.

Gabriel Salazar dice que tenemos condiciones de éxito, pues la memoria colectiva chilena ya tiene suficientes antecedentes para llevar a cabo una revolución propia, acumulando los errores, tragedias y aciertos desde 1965 hasta ahora. Y es cierto, pero el movimiento estudiantil ha sido una seguidilla de sorpresas que hacen difícil una proyección. Por ejemplo, durante las vacaciones de invierno estuve absolutamente seguro de que las tomas no durarían después de agosto, pero los lumazos dados el 4 de agosto fueron realmente una inyección de fuerza al movimiento, que desde entonces vuelve fortalecido después de cada período crítico.

A pesar de tener una masa movilizada relativamente estable, no hay un diálogo directo entre los dirigentes secundarios y sus bases. Cientos de colegios se mantienen autónomos y las organizaciones secundarias no han sabido llegar a ellos, sino todo lo contrario: existe un rechazo a la ACES (principalmente luego de su errático comportamiento este año) y a la COMES (que sienten más ligada al establishment político). En definitiva, esa masa estable movilizada, se mantiene más por la fuerza propia que por una buena gestión de los dirigentes, que más que hacer historia, son las caras visibles de una generación histórica.

Y así como existe esa base fuerte, el gobierno ha mostrado una ineptitud sorprendente, con un abierto doble discurso y un pésimo manejo comunicacional, tal como lo demostraron las amenazas de perder el año escolar, los créditos y las becas. Incluso con ese mal manejo, incluso con el ojo del mundo sobre nosotros y con innumerables ocasiones para aprovechar las debilidades del gobierno, los voceros no han sabido decir, por ejemplo, que en tanto existan declaraciones como las del vocero de gobierno, que desvalorizan y deslegitiman al movimiento, una mesa de diálogo no es válida. No han sabido decir, por ejemplo, que en tanto el presidente defienda el lucro con dientes y uñas, el diálogo no es viable. Por sobre todo, no han sabido decir que en tanto la gran parte de los políticos tengan intereses creados en la educación, ellos no son quienes deben legislar al respecto.

Frente a esta crisis del estado, en la que lo establecido es incapaz de entregar calidad de vida ni asegurar la democracia, lo más lógico sería hacer la reforma FUERA del estado, esperando conducir el movimiento hacia la idea de la asamblea constituyente, movilizando a las fuerzas para que en la deliberación conformen una base constituyente y democrática. En este estado poco representativo y con esta clase política viciada, la solución a los problemas de nuestro país no yace en la vía oficial, sino fuera de ella. Y si bien la idea del plebiscito vinculante sonó fuerte en un momento, es casi como si el señor Larraín hubiera convencido a los estudiantes de que un plebiscito no es democrático, porque en algún momento esa idea desapareció, y fue reemplazada por la mesa de diálogo.

Echando a mano nuestra memoria colectiva, las mesas de diálogo siempre han sido infructuosas, las constituciones chilenas siempre han sido ilegítimas y la clase política siempre ha actuado igual. Es hora de cambiar todo eso, pues incluso si alguien piensa que el problema es sólo la educación, el “modelo político-económico chileno” no es perfectible. No se sostiene con más reformas.

¿Hacia dónde va el movimiento? No lo sé, pero ojalá que tanto las bases como los voceros echen mano a su memoria histórica para entender que los cambios no llegarán por parte del ejecutivo, ni por parte del legislativo ni dentro de las vías “constitucionales”. Vendrán de la mano de una ciudadanía consciente y responsable que los saque del poder y aprenda a gobernar.

Camilo A. García