jueves, 21 de julio de 2011

Decidido: Chile quiere matrimonio de calidad, Patagonia igualitaria y educación sin represas.

Adelantar las vacaciones de invierno es forma evidente de desgastar al movimiento estudiantil ¿de qué otra manera puede defenderse un gobierno que no tiene ni pies ni cabeza? No creo realmente que a Piñera y su séquito les importe demasiado la popularidad que tengan, ni si quiera creo que les importa hacer las cosas medianamente bien: la regla general del mercado es ganancia a cualquier costo. El movimiento estudiantil representa una seria amenaza para los intereses de los políticos (tanto de la concertación como de la coalición por el cambio) que tienen capital invertido en colegios y universidades, por tanto debilitarlo se convierte en el objetivo número 1. Fuera de defender los intereses personales, nadie tiene ninguna otra intención: no hay valores detrás del gobierno, sólo una ideología fría y seca que nos viene acompañando desde las reformas de Pinochet, cimentada por los 20 años de Concertación y rematada (a modo de “golpe final”) por la Derecha. El bien común quedó atrás hace muchos años.

Entonces cómo podemos constituir un gobierno, tanto en el congreso, como en el ejecutivo, hecho de gente tan fría y seca como el neoliberalismo ¿Cómo puede la ciudadanía aceptar una izquierda agonizante, un centro tan centrado que se hunde y una derecha tan cruel que da miedo? La respuesta es sencilla: estamos tan fríos y secos como quienes nos gobiernan. Tampoco el bien común prima en las vidas de los votantes chilenos: los viejos son demasiado conservadores, los adultos se han convertido en derrotistas y los jóvenes nacen apáticos. Por eso también es muy importante para quienes gobiernan que el movimiento estudiantil no tenga éxito: es la prueba de que no todo está perdido. Si hay un lugar en donde el bienestar personal desaparece y deja paso al bien común, a esa cabeza, ese ideal que mueve a las masas y las llama a hacer justicia, es en el movimiento estudiantil (del cual es redundante hacer alguna diferencia entre secundario y universitario).

Somos minoría en la sociedad, lo sé. Como estudiantes movilizados somos una minoría dentro de 17 millones de chilenos; como homosexuales, bisexuales, lesbianas y transexuales también somos una minoría; como ecologistas que entendemos que la protección de la madre tierra es la única opción para el desarrollo de la sociedad, también somos minoría. En Chile las voces de cambio son pocas, pero a pesar de ello se masifican rápidamente y van ganando terreno: hace 5 años sólo el 36% de la población aprobaba el matrimonio y la adopción homosexual, y hoy ya es el 48%; hace 5 años el movimiento estudiantil quería botar una ley, y hoy quiere reconstruir el estado; hace 5 años un gobierno se propuso aprobar decenas de termoeléctricas, y si entonces nadie hizo nada, ahora detuvimos punta de choros y estamos a punto de echar abajo hidroaysén. Los movimientos sociales crecen y están convirtiéndose en un problema: Si el movimiento estudiantil gana aunque sea una batalla, sentará un precedente demasiado peligroso para políticos y empresarios de toda clase.

Aun así ¿qué hacer con el resto? ¿Qué hacer con los 15 millones de chilenos que aún no salen a las calles? ¿Con la aún enorme masa de gente que cree que ser homosexual es comparable con ser pedófilo o que lo considera la peor degradación del ser humano? ¿Qué hacer con aquellos que aún llevan la bandera del progreso a cualquier costo? Pareciera ser que los ideales más preciosos que se hayan levantado en los últimos 5 años no sean suficientes como para cambiar la sociedad, como para orientarla claramente y no permitir que exista esta crisis de representatividad.

¿Qué sociedad queremos? Pocos lo saben y a pocos les interesa. El 60% de Chile cree que el desarrollo económico no lo ha beneficiado, y aun así nadie pide una distribución equitativa de la riqueza. Las familias se desmoronan y mientras más niños abandonados hay, menos queremos que homosexuales sean capaces de adoptar y formar familias sanas. Nuestro país parece estar desorientado y ello en las urnas nos jugará en contra, en la asamblea constituyente nos jugará en contra. No basta el rechazo a un gobierno para derrocarlo, ni reconocer la maldad detrás de un sistema para cambiarlo.

En otra columna dije que la unión de todos los gremios movilizados era la única esperanza de victoria. Ahora me gustaría señalar una cosa: debemos orientar bien a la población respecto de lo que queremos y por qué lo queremos. La masificación de las ideas, sin eslóganes, sólo con la verdad por delante, será decisiva a la hora de decirle a la gente que construya una sociedad más justa. Las minorías unidas debemos avanzar, luchar y por sobre todo, dejar de ser sólo minorías.

Camilo A. García

lunes, 11 de julio de 2011

Algo muy personal

Hablé en frente de 20.000 personas en el acto de la CONFECH el 12 de mayo. En ese entonces yo era vocero de la Federación Metropolitana de Estudiantes Secundarios, de la cual también soy redactor de su estatuto. La FeMES significo para mi proyecto muy personal y su vocería era un honor. Luego de bajarme del escenario mucha gente me miró complacida, me aplaudía y un par de periodistas me interceptaron: un hombre bajo y calvo del diario Las Últimas Noticias y una mujer del diario La tercera. La adrenalina de subirse a ese lugar y dirigirse ante tantas personas me llevó a aceptar que ambos hicieran de mí un “perfil”, que no es otra cosa que preguntarme un montón de cosas personales para convertirme en el “nuevo líder estudiantil 2.0”. Fue una mala decisión. Eventualmente me convertiría en farándula y decidí renunciar al cargo de vocero antes de que ello pasara.

Pero no todo acabó ahí. Una cosa llevó a la otra y me convertí en coordinador, haciéndome conocido en muchos colegios dando charlas y luego como dirigente de la Asamblea de Estudiantes de Colegios Privados. Sin saberlo ya muchas personas conocían mi existencia y tarde o temprano los secretos que nunca me he molestado en ocultar salieron a la luz: un profesor de la UMCE me usó de ejemplo en una clase y mencionó casualmente mi homosexualidad. Un amigo que estaba presente en esa cátedra se alarmó y me llamó para preguntarme si tomaría cartas en el asunto. Y tras mucho pensarlo, dije que no: no quiero saber cómo lo supo, ni quiero desmentirlo. Como dice una canción de Sandra Mihanovich: soy lo que soy.

Desde entonces he estado pensando en mi vida personal ¿estuve en el closet alguna vez? No lo recuerdo ¿quiero formar familia? Sí, me encantaría ¿Estoy en el país correcto, entonces? No lo estoy.

Quiero ser médico. Quiero tener la satisfacción inmediata de hacer un aporte a la gente y a las ciencias, marcar una diferencia entre lo que usualmente se considera un paciente y lo que yo llamo persona. La política, el movimiento secundario, el ecologismo y el movimiento homosexual son añadidos que no me provocan ningún placer, pocas alegrías y demasiados disgustos. No quiero dedicarme a las últimas 3 cosas, pero si no lo hago yo ¿quién? No tengo mi conciencia tranquila viviendo en una sociedad tan injusta, no puedo planear mi futuro en un mundo moribundo y por sobre todo, no puedo dejar que la estupidez se apodere de mi vida y me impida tener la vida que quiero (y estoy decidido a tener).

No puedo ser feliz en un país que me condena por amar. Leí por ahí una columna muy buena sobre los olvidados de siempre, sobre los niños del SENAME. Por mi madre, profesora y fonoaudióloga entre otras cosas, he podido ver muy muy de cerca a esos infantes abandonados a su suerte, que claman cariño e irradian ternura. Es totalmente injusto que se les prive de tener una familia que los quiera sólo por un dogma que sepa quién cuándo se inventó, porque Jesús nunca lo dijo, Dios es un ente abstracto y silencioso, y lo que yo haga con mi ano es cosa mía. No es que diga que todos los gays están genéticamente preparados para adoptar, pero hay de todo al igual que en el mundo heterosexual, y darnos la posibilidad de hacernos cargo de ese déficit de padres responsables no sólo aliviaría la carga del servicio nacional de menores, sino que le daría una vida mejor a muchos niños, niñas, hombres y mujeres.

No puedo trabajar tranquilo, tampoco, en un país en donde aún me pueden despedir impunemente por ser distinto. No existe una ley antidiscriminación, por lo que no puedo ir de la mano con mi pareja por la calle (recuerdo haberlo hecho con un ex, un barbón veinteañero con pinta de metalero. Los carabineros nos amenazaron con llevarnos a la comisaría), no puedo expresar afecto en público y ni hablar de ser figura pública y presentar públicamente también una pareja del mismo sexo.

Seguiré estando en el país equivocado hasta que la discusión sobre el matrimonio homosexual deje de estar centrada en los conflictos patrimoniales y se convierta en un asunto de igualdad ante la ley. El amor que yo profeso (y estoy orgulloso de hacerlo) hacia un hombre no es muy distinto al que le daría a una mujer, y por lo mismo, el matrimonio trasciende a la herencia y se convierte en la aprobación de la nación hacia una unión que no debería causar ninguna extrañeza.

Entre homosexuales, bisexuales y transgéneros tendemos a crear una barrera con el mundo heterosexual, encerrándonos muchas veces en nuestros círculos y nuestros códigos. Por experiencia sé que la terapia de shock es sumamente útil para combatir cualquier tipo de fobias, y entre más pronto entendamos eso, más rápido cambiará la sociedad. No puede haber matrimonio sin ley antidiscriminación, ni una familia puede estar completa hasta poder tener descendencia, es decir, tener adopción igualitaria. Estas tres cosas deben llegar juntas a la sociedad chilena, y nosotros tenemos la misión de hacer ese tratamiento de shock: vivir normalmente, entendiendo que no somos tan distintos ni tan iguales, como tampoco lo son entre heterosexuales, y no temer el besarse en frente de un niño, en frente de una pareja de ancianos o de un grupo de pacos. Debemos aplicarle terapia antifobia a esta sociedad hasta que en las cátedras se deje de mencionar como una curiosidad la homosexualidad del sujeto del que se habla.

sábado, 9 de julio de 2011

La educación: capital para el futuro; el movimiento: un recurso político

La educación ha sido el trending topic (tema más comentado) de las últimas dos semanas en la sociedad chilena. Han sido los estudiantes universitarios y secundarios quienes han tomado los espacios que son legítimamente suyos y desde allí los han rebautizado como bastiones de la educación pública. Las discusiones en asambleas y salas de clase han avanzado hacia diversos puntos: la necesidad de que el estado se haga cargo de la educación, del fin al lucro, la gratuidad de la enseñanza y la democratización de los espacios educativos; pero con el tiempo también dichas discusiones se han topado con dos murallas: la constitución política de la república, incapaz de asegurar los derechos tanto de educación como de libre expresión de los chilenos; y la alianza prensa-gobierno que se ha replegado tras la miopía y ha dicho no ver una crisis en la educación chilena. Ante estas murallas no ha habido otra salida más que reformular la estrategia de batalla: el objetivo ya no es un proyecto de ley, sino una asamblea constituyente, y la coyuntura mediática ha sido reemplazada por un extenso trabajo a nivel comunitario en la que se ha intentado incluir a la ciudadanía dormida en el debate sobre la enseñanza.

Sin embargo, la articulación con otros entes sociales (o entre los mismos estudiantes) ha sido difícil, por no decir imposible. El cambio constitucional requiere una ciudadanía altamente informada, politizada y organizada que tenga muy claro sus ideales, condiciones que no se cumplen de ningún modo. Así como también el trabajo comunitario necesita un cambio en la forma de expresarse, un debate interno extenso y concienzudo y un esfuerzo más que gigante para coordinar todas las fuerzas del movimiento estudiantil hacia el trabajo persona por persona, puerta por puerta, mano a mano y voz a voz. El movimiento estudiantil en las condiciones en las que está ahora es incapaz de generar un movimiento ciudadano, pues sus formas de lucha alejan a los adultos más conservadores y dividen a los jóvenes más radicales, así como también las naturales y entendibles desconfianzas lo obligan a cavar una zanja a su alrededor y blindarse contra todo tipo de influencia externa. Dicha influencia externa es más que necesaria en estos momentos: las ideas deben ser enriquecidas por la experticia de académicos que están dispuestos a entregar su saber en pos del progreso, como también es imprescindible ampliar las redes para actuar como un bloque estudiantil y posteriormente nacional, que permita asestar un golpe definitorio al sistema criticado. Esta red debe estar compuesta por todos los descontentos: así como en España existen Los Indignados, en Chile no hay más que un grupo de estudiantes enojados, con justa razón, pero sólo enojados. Con esa problemática a cuestas, la información llega desde lejos y mal entendida, más enfocada a dirigir un enojo latente por la evidente crisis educacional que se vive día a día, que por generar una real consciencia.

Así es como un pequeño grupo de dirigentes puede llegar a tener el control de muchas personas, creando y proponiendo con la mejor de las intenciones, pero olvidando que en su proceso creativo, más que sugerir y debatir, dirige y ordena. Esa labor de dirección sería efectiva si tuviese algún objetivo concreto, pero parece ser más un auto-convencimiento del éxito que la planificación de una estrategia de guerra. Por ello la tarea de esos dirigentes, que generan los petitorios y analizan críticamente su realidad, se torna un trabajo de autoagitación, dejando de lado el convencimiento, la motivación y despreciando la posibilidad de que las bases tengan sus propias ideas y análisis.

Los factores antes mencionados se conjugan y permiten sacar conclusiones interesantes: la crisis es evidente y es notada por todos, pero el trabajo de autoagitación convierte la agudeza en fundamentalismo, haciendo que lo que es un movimiento admirablemente democrático rechace dentro de sí mismo las posturas divergentes y tienda a subdividirse ante la más mínima perturbación de un discurso que necesita y debe ser cada vez más radical. Cada segmento ya dividido de estudiantes sigue avanzando hacia el mismo punto que cuando estaban antes todos juntos, pero ahora buscando las diferencias que justifiquen la división.
A pesar de todo lo anterior, el movimiento estudiantil genera un capital político importante: una generación completa influenciada por un proceso, aunque mal dirigido, masivo y benévolo. Quizá sin entender por completo lo que significa la educación pública, los jóvenes la están apoyando y quieren construirla, a ciegas, pero hacerlo. Bien se decía hace 2000 años: más vale entregarle al pueblo las herramientas para gobernarse “mal”, que quitárselas y verlos explotar. Nada más democrático que 100.000 estudiantes sintiéndose ciudadanos en las calles, exigiendo el reconocimiento oficial de dicha condición.

A futuro muchos de estos estudiantes probablemente olviden lo que se les dijo en su momento sobre la educación y pasen a engrosar las filas de los derrotistas adultos que, aunque nostálgicos, prefieren seguir su camino lejos de sus ideales originales, acomodándose finalmente en el sistema que otrora criticaban. Cualquier persona que se precie de tener un mínimo de visión sabrá que esos ideales estarán de cualquier forma en esa masa resignada. Así como el movimiento estudiantil necesita una transformación del sistema político (a través del cambio constitucional), necesita también (pero no es consciente de esta segunda necesidad) perpetuarse en el tiempo ocupando el nuevo sistema político. Si se cambia la constitución pero se deja su ejecución en manos de los mismos que estaban antes del cambio, ningún objetivo se logrará. Es inmensamente importante que el movimiento estudiantil se alce como un referente político real, como una alternativa política visible que sepulte de una vez por todas a quienes negociaron la dictadura y le pusieron nombre de democracia, ellos, tanto los de la Concertación como los de la Coalición por el cambio son los culpables más directos de esta situación por no haber cambiado las cosas en su momento. Y por supuesto que la tarea de creación de ese movimiento político debe ser tan grande como la de la creación de un bloque ciudadano por la constitución de una asamblea constituyente: las dos necesidades del movimiento (el cambio en el sistema político y la generación de una alternativa política representativa, transparente y radical) sólo pueden ser cubiertas con la unión de todos los secundarios y de todos los “indignados” chilenos.
Quien no se suba al carro de los movimientos sociales en este momento, sea quien sea, lo lamentará en el futuro: una sociedad descontenta y oprimida es inevitablemente una sociedad inestable. La mala educación y la mano de obra mal calificada son una condena para el futuro, así como seguir invirtiendo en un sistema obsoleto y disfuncional a la larga generará pérdidas, pues la inefectividad del sistema hará que la educación no cumpla su función de generar inteligencia y resolver problemas clave de la sociedad. El desarrollo del país necesita la creación de industrias que generen productos con alto valor agregado y la creación de políticas económicas que protejan el mercado chileno fuera de sus fronteras, y sin una buena educación y un balance en la cantidad de técnicos y profesionales, ello no ocurrirá. Se plantea a la educación como una herramienta de movilidad social, pero es en realidad una herramienta de estabilización y crecimiento social: la investigación en las universidades da un aporte intelectual al país que trabaja; el trabajo exhaustivo con las comunidades escolares disminuye la delincuencia y la violencia; un hombre mejor educado es un hombre que sabrá resolver sus problemas; una sociedad consciente es una sociedad activa y saludable. La educación no debe tener por objetivo que todos lleguen a la universidad, sino que debe hacer que cada ser humano se desarrolle en lo que le gusta y desde ahí mejorar las condiciones de vida de todos.

Apostar por la educación pública, inclusiva y de calidad es apostar por un país socialmente sustentable y desarrollado. Apostar por la educación pública necesita la unidad de la comunidad educativa de todo el país, y su articulación con toda la ciudanía. Sin unidad, no hay cambio; sin cambio, no hay futuro.