Siempre he sido muy crítico del fundamentalismo
en las organizaciones secundarias. La polarización de posturas finalmente
limita el debate a cosas básicas, como la inclusión (o no) de partidos políticos,
o la desmunicipalización de la enseñanza; cosas en las que se puede tener total
consenso o división, sin matices. En esos casos es fácil levantar arengas (como
funar las elecciones) para arrear a la mayor cantidad de colegios a cada
organización (son ideas atractivas, que suenan radicales) y llamarse
consecuente ante ideas básicas, pero el análisis sobre educación se detiene y
el discurso público de los voceros pierde base y sentido.
Para hacer cualquier cambio democrático hay que
lograr primero un cambio en las conciencias de la ciudadanía. El año pasado se
introdujo el movimiento estudiantil con grandes manifestaciones culturales que
le gustaron mucho a la gente. Este año la tónica ha sido la represión policial de
cualquier manifestación de descontento que, por supuesto, vuelve a los jóvenes
más violentos. Estas manifestaciones de violencia son naturales, no son
demoniacas ni mucho menos van a partir al país en dos, pero la visión que la
opinión pública tiene de ellas es nefasta. Independientemente de si se apoya o
no la violencia callejera, un poco de cinismo a la hora de hablar del tema no
vendría mal. Responder a ese tipo de cuestionamiento, con propuestas y
soluciones concretas en educación, tampoco.
Y es que las demandas actuales del movimiento
secundario evidencian el estado de agonía por el que pasa la educación en Chile:
Si las tres mayores demandas son reconstrucción, cese de hostigamiento político
y desmunicipalización, entonces quiere decir que ni si quiera existen las
condiciones básicas para estudiar y debatir (perfecto, eso lo sabíamos todos).
Llevar la discusión más allá de lo superficial sería una excelente idea.
Claramente cuando tienes un colegio de cartón es difícil pensar en teorías
educativas, pero para las asambleas no es tan complicado. Se hizo el 2006 y se
puede hacer este 2012.
Hablar de, por ejemplo, ¿cómo deberían aprender
los estudiantes? ¿de qué forma tiene que modificarse la relación entre los
estudiantes y sus profesores y colegio para que mejore la calidad de la
enseñanza? Son preguntas difíciles y que tienen necesariamente un trasfondo
ideológico (¿qué rol tiene el profesor? ¿es una autoridad o es un guía? ¿deben
ser los colegios inclusivos? ¿cómo se justifica el autoritarismo de los
sostenedores en el modelo?) pero necesarias para la evolución del movimiento, y
evitar estancarse en discursos “panfleto” como los que he escuchado
últimamente, que sólo buscan agitar a una masa de personas que por lo demás ya
es consciente de los problemas. Profundizar el debate es, además, empoderarse y
dar un paso adelante, decirle al gobierno y la ciudadanía que los secundarios
no sólo luchan, sino que tienen la madurez para pensar en soluciones para el
mayor problema que hay en este momento: la educación escolar.
Incluso una nueva forma de pensar en la
incursión política. La constitución chilena debe ser cambiada, y el proceso
constituyente es una necesidad, pero rechazar cualquier intento de participar
en política es nefasto. En un sistema político que necesita más jóvenes no se
puede tener a las organizaciones de jóvenes llamando traidores a quienes opten
por una vía “oficial”; más allá de las aprehensiones que se puedan tener con
los partidos políticos, que comparto totalmente, la vía oficial, lejos de ser
traición, es una propuesta alternativa para llegar a un mismo objetivo, válida
en tanto mantenga sus ideales.
Con un discurso más majadero, que haga énfasis
constante en los errores del gobierno, la perversidad del actuar de las FFEE en
las movilizaciones, los montajes y la relación evidente que hay entre los
políticos y el negocio de la educación se puede neutralizar la campaña de
desprestigio del gobierno, e incluso contrarrestarla. Un debate sobre educación
que crezca en complejidad y en propuestas, que bien puede ser ayudado por
académicos que apoyan al movimiento; y mayor tolerancia hacia los proyectos
distintos que puedan emerger del movimiento social, el movimiento estudiantil
puede convertirse en un movimiento ciudadano, político e ideológico que logre
cambiar la educación y la democracia en Chile.
Camilo A. García