jueves, 16 de agosto de 2012

La difícil tarea de profundizar el debate secundario


Siempre he sido muy crítico del fundamentalismo en las organizaciones secundarias. La polarización de posturas finalmente limita el debate a cosas básicas, como la inclusión (o no) de partidos políticos, o la desmunicipalización de la enseñanza; cosas en las que se puede tener total consenso o división, sin matices. En esos casos es fácil levantar arengas (como funar las elecciones) para arrear a la mayor cantidad de colegios a cada organización (son ideas atractivas, que suenan radicales) y llamarse consecuente ante ideas básicas, pero el análisis sobre educación se detiene y el discurso público de los voceros pierde base y sentido.

Para hacer cualquier cambio democrático hay que lograr primero un cambio en las conciencias de la ciudadanía. El año pasado se introdujo el movimiento estudiantil con grandes manifestaciones culturales que le gustaron mucho a la gente. Este año la tónica ha sido la represión policial de cualquier manifestación de descontento que, por supuesto, vuelve a los jóvenes más violentos. Estas manifestaciones de violencia son naturales, no son demoniacas ni mucho menos van a partir al país en dos, pero la visión que la opinión pública tiene de ellas es nefasta. Independientemente de si se apoya o no la violencia callejera, un poco de cinismo a la hora de hablar del tema no vendría mal. Responder a ese tipo de cuestionamiento, con propuestas y soluciones concretas en educación, tampoco.

Y es que las demandas actuales del movimiento secundario evidencian el estado de agonía por el que pasa la educación en Chile: Si las tres mayores demandas son reconstrucción, cese de hostigamiento político y desmunicipalización, entonces quiere decir que ni si quiera existen las condiciones básicas para estudiar y debatir (perfecto, eso lo sabíamos todos). Llevar la discusión más allá de lo superficial sería una excelente idea. Claramente cuando tienes un colegio de cartón es difícil pensar en teorías educativas, pero para las asambleas no es tan complicado. Se hizo el 2006 y se puede hacer este 2012.

Hablar de, por ejemplo, ¿cómo deberían aprender los estudiantes? ¿de qué forma tiene que modificarse la relación entre los estudiantes y sus profesores y colegio para que mejore la calidad de la enseñanza? Son preguntas difíciles y que tienen necesariamente un trasfondo ideológico (¿qué rol tiene el profesor? ¿es una autoridad o es un guía? ¿deben ser los colegios inclusivos? ¿cómo se justifica el autoritarismo de los sostenedores en el modelo?) pero necesarias para la evolución del movimiento, y evitar estancarse en discursos “panfleto” como los que he escuchado últimamente, que sólo buscan agitar a una masa de personas que por lo demás ya es consciente de los problemas. Profundizar el debate es, además, empoderarse y dar un paso adelante, decirle al gobierno y la ciudadanía que los secundarios no sólo luchan, sino que tienen la madurez para pensar en soluciones para el mayor problema que hay en este momento: la educación escolar.

Incluso una nueva forma de pensar en la incursión política. La constitución chilena debe ser cambiada, y el proceso constituyente es una necesidad, pero rechazar cualquier intento de participar en política es nefasto. En un sistema político que necesita más jóvenes no se puede tener a las organizaciones de jóvenes llamando traidores a quienes opten por una vía “oficial”; más allá de las aprehensiones que se puedan tener con los partidos políticos, que comparto totalmente, la vía oficial, lejos de ser traición, es una propuesta alternativa para llegar a un mismo objetivo, válida en tanto mantenga sus ideales.

Con un discurso más majadero, que haga énfasis constante en los errores del gobierno, la perversidad del actuar de las FFEE en las movilizaciones, los montajes y la relación evidente que hay entre los políticos y el negocio de la educación se puede neutralizar la campaña de desprestigio del gobierno, e incluso contrarrestarla. Un debate sobre educación que crezca en complejidad y en propuestas, que bien puede ser ayudado por académicos que apoyan al movimiento; y mayor tolerancia hacia los proyectos distintos que puedan emerger del movimiento social, el movimiento estudiantil puede convertirse en un movimiento ciudadano, político e ideológico que logre cambiar la educación y la democracia en Chile.

Camilo A. García

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